miércoles, 21 de mayo de 2008

Empezar

Mi gran deseo es poder devolver algo de todo lo que he recibido durante toda mi vida de esos seres maravillosos que lo brindan todo y cuyo único golpe y dolor lo he recibido siempre con su muerte.

Amelia Murante, una excelente veterinaria, dejó que su perro hablara por ella y creo que es ésta la mejor introducción:

Yo no sé escribir y he tenido que pedirle a ella que traduzca mis pensamientos a su lenguaje.

No siempre me ha sido fácil hacerle comprender las razones y las formas de mis comportamientos, no siempre ha sido sencillo hacer que abandone la visión antropocéntrica tan propia de los seres humanos.

Sé que se ha entregado con todo su esfuerzo desde aquel lejano día en que me recogió,
Aquel día nevaba, hacía un frío de “perros” y yo era pequeño, un pequeñito ovillo marrón, pero me daba perfecta cuenta de que no era normal el que me encontrase abandonado en medio del campo cerca de una gran casa en la que debía haber tantos otros perros y cuyos ladridos amenazadores podía escuchar con toda claridad.

¿Qué hacía allí? ¿Por qué aquél que me había acogido cuando yo tenía unos pocos días de vida y a quien ya quería, me había arrojado fuera de su hermosa, grande, cálida y acogedora casa?

Yo no era nada tranquilo, es verdad, pero todavía mucho menos tranquila me pareció ella; no me parecieron en absoluto amistosas las palabras que dirigió a mi dueño quien, lo comprendí sólo más adelante, me había llevado a ese pobre refugio para perros abandonados sólo porque yo ya no era más que un viejo juguete para su hijo y un auténtico fastidio para toda la familia porque… ¡Me hacía pipí!

Amelia, a quien en casa llaman Puni, casi me arrancó de las manos de mi primer y poco consciente dueño a quien enterró en un aluvión de reproches sobre la brutalidad de su gesto, argumentando la sequedad y frialdad de su corazón capaz de abandonar a su destino a una criatura indefensa como yo y poniendo en evidencia el horrible ejemplo que estaba dando a su propio hijo que podía aprender lo fácil que era desembarazarse de quien es débil, confiado e indefenso.

“¡Qué tipo tan raro!”, pensé para mis adentros, pues (yo era entonces ingenuo e ignorante) no comprendía lo que estaba ocurriendo. Sin embargo se me hizo más simpática cuando, una vez acabado con su torrente de palabras, comenzó a ocuparse de mí y, percatándose de que afuera hacía mucho frío, me llevó consigo a casa.

El sitio no estaba mal y la finca también era de mi agrado. Había otros muchos perros con los que jugar, grande como alanos (eran alanos) pero, de hecho, no me asusté.

“Ciertamente de aquí no me voy”, decidí con firmeza. Es verdad que la había escuchado tranquilizar a su madre diciendo que pronto encontraría una familia con la que yo me encontrara bien, pero yo también sabía que tenía muchas cartas por jugar todavía.
No fue difícil conquistarlas, ni fue difícil ser afectuoso con ellas que tenían conmigo todo tipo de atenciones.

Así han transcurrido ya once años, once años llenos de satisfacciones, once años en los que siempre me he ganado el pan de cada día, porque soy un guardián impávido e infatigable (sobre todo si me siento respaldado por algún alano), soy un compañero fiel y doy confianza, soy, valga la falta de modestia, simpático y alegre, aunque ella se lamente de que ocupo demasiado sitio en la cama.

Así pues mi carrera de perro abandonado no duró más de diez minutos y soy consciente de que he sido afortunado.


Golia


Sí, él ha sido muy afortunado, porque desconoce los horrores a los que las llamadas personas, tantas, les infieren.

2 comentarios:

  1. Así es... Deseo a este blog el mayor éxito, eso significaría que vamos siendo seres mejores

    Un amigo

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  2. Maravilloso, dile a tu amiga que ha sido excelente. Soy nueva. Espero serlo por mucho tiempo. Adoro a los animales y a quiens los aman. No tengo ni un amigo que no los quiera. Todos somos perreros y gateros.
    Saludos y gracias
    Eletil

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